
Ver la muerte como algo digno no es fruto de la casualidad, sino de que vivimos alienados al estado de bienestar. La ausencia de dolor ha pasado a ser una necesidad de primer orden. Entonces, ¿estamos negando la felicidad a aquellos que sufren alguna desgracia? ¿qué es del gozo de un misionero que se despoja de sus riquezas para sumirse en la inmundicia y la miseria? ¿dónde está el afán de superación de los que padecen algún tipo de minusvalía? ¿ser un parado es más realizador que ir a trabajar? La felicidad es un todo, no algo artificial e intermitente que depende del momento. Vivir indignamente nos lleva a creer en la dignidad de la muerte. El dolor, en muchas ocasiones, es redentor y por algo, nos alentaría nuestro Señor Jesucristo a coger su cruz y seguirle.
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