martes, 22 de febrero de 2011
HUNGRÍA. DIOS, PATRIA Y LIBERTAD
COLABORACIÓN DE: MANU TOLEDANO
Podría detenerme a valorar la opulencia y majestuosidad arquitectónica de los edificios neoclásicos e imperiales que invaden el corazón de Budapest; monumentos como el Puente de las Cadenas, -"Chain Bridge" para los snobs-, el Palacio Real o el Parlamento Nacional Húngaro; la belleza, finura y dulzura de las féminas magiares; o el exquisito sabor del "gulash", capaz de hacer olvidar a la garganta los efectos nocivos de la temperatura ambiente propia de un febrero en Europa del este. Podría detenerme a hacerlo pero, por desgracia, en mi equipaje vocacional no se ubica la necesidad imperiosa de elaborar la 'guía Michelín', un artículo de 'Wikipedia' o algún que otro manual de autoayuda de esos psicoprogres cuyo título rezaría: '10 consejos para ligar con una húngara' o 'El amor está al alcance de tu mano'.
Y no lo hago porque, en sintonía con mi profunda creencia de que el patriotismo es una virtud humana, durante mi estancia en Budapest, he podido comprobar el amor que hacia su patria sienten los húngaros y el intenso apego que la nación húngara tiene con la Fe católica. La misma Fe católica que permitió a San Esteban abandonar el paganismo y erigirse como primer rey de Hungría forjando la identidad de la nación a la luz del Evangelio. Una nación que ha sido preservada ante los diferentes ataques que ha sufrido durante sus más de mil años de Historia. Así extendió su manto la Virgen de Loreto sobre la ciudad de Buda en plena batalla contra los turcos. Así el emperador Francisco José I fue capaz de sucumbir a los encantos de Sissi, su mujer, y a las pretensiones del Conde Andrassy reconociendo la autonomía de Hungría y la cocapitalidad de Budapest dentro del Imperio Austrohúngaro. Así, en 1956, un año después de la firma del Pacto de Varsovia, el pueblo húngaro, encabezado por el Primer Ministro Imre Nagy, organizó una gran rebelión contra la Unión Soviética e hicieron de Hungría una de los Estados más liberales dentro de los pertenecientes al Pacto de Varsovia y la URSS y realizaron numerosas reformas antes de la caída del Telón de Acero. La Fe y el amor por la Patria y la Libertad han hecho que Hungría mantuviese intacta su identidad, llegando a soportar con firmeza regímenes devastadores como el nazismo y el comunismo.
Una de las mejores pruebas que pude llevarme de todo esto, amén de la visita de un museo en homenaje a las víctimas de sendos regímenes nietzscheanos y el escrupuloso cuidado con que tratan sus monumentos más emblemáticos, fue mi asistencia a la Misa celebrada en una de las iglesias más simbólicas de Budapest, la Basílica de San Esteban, donde, a pesar de no entender ni una sola palabra debido a mi analfabetismo funcional en lo relativo a la lengua magiar, pude contemplar cómo se completó el interior del recinto eclesial y cómo, a diferencia de España, no sólo había pensionistas, sino que la mitad –por no decir la mayoría- de los fieles asistentes era gente de mi edad o cercana a la misma. Un ambiente que me reconfortó y me llenó de Alegría interior y Esperanza. Y es que al final, tendrán que venir de otros países a evangelizarnos y, si no, al tiempo.
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