viernes, 11 de febrero de 2011
VICENTE MARRERO, UN GENIO EN LA SOMBRA
Vicente Marrero es uno de los más grandes intelectuales españoles de esa mitad del siglo XX que ocupa las décadas de los cincuenta y los sesenta. Condenados al destierro su nombre y su obra por sacrificar su reputación en el altar de un género que no comulga con las leyes del mercado (el ensayo, resultando ser Premio Nacional de Literatura en 1955 por su biografía de Maeztu), me animo, en condición de hombre cercano a sus descendientes más directos, a rescatar del ostracismo su decoro y conferir a sus líneas la dimensión de primer orden que merecen.
En lo concerniente a sus estudios, se licenció en Derecho en apenas dos años, y, desde mi generoso juicio y haciendo una excepción a la modestia, no le dieron el premio de estudios por cometer la insultante osadía de acabar tan pronto. Nada más terminar su carrera universitaria, partió hacia Alemania con lo puesto, donde impartió clase como profesor en la universidad de Friburgo, compartiendo despacho e inquietudes con Martin Heidegger. A su vuelta a España y al poco de obtener el premio de ensayo, se abrió camino entre los gabinetes de prensa del Movimiento, colaborando en una revista llamada Punta Europa y estrechando lazos de amistad con Manuel Fraga.
Sobre el modo de pensar de este prohombre de espíritu católico y fiel a Maeztu, es menester sacar a la luz un extracto de su obra Ortega, Filósofo Mundano, que dice así: “No se ha insistido suficiente, a nuestro juicio, o al menos no se ha explicado en toda su consecuencia, que Ortega no sólo venía de Europa, sino de una parte muy especial y bastante caracterizada-vamos a llamarla así-de su geografía intelectual. Se trataba precisamente de esa nueva Europa que encontró su arquetipo en el moderno hombre de progreso, que proclamó su fe en una nueva humanidad y que, por unos caminos totalmente revolucionarios, se lanzó a darle al mundo su más reciente e inconfundible fisonomía. Una Europa que fundamentalmente descansa en las ciencias naturales, exactas y experimentales, en su aplicación en la técnica, en la economía dirigida, en el estado racionalizado con su administración y su manera de conducir a la guerra. Se trata, en el fondo, de un nuevo racionalismo, entonces casi extraño en nuestra patria. Se ha hablado tanto acerca de las dos Españas, que casi hemos olvidado que hay dos Europas, y que la Europa a la que España pertenece, la de la cultura barroca, posee un mayor grado de unidad internacional que la cultura de la Europa nórdica”
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