El dictador moderno no prohíbe,
presiona de tal modo a sus rivales ideológicos que les fuerza a tener el pico
cerrado o a andarse con exquisitos miramientos a la hora de expresar sus ideas.
El dictador moderno es sumamente
respetuoso, solamente falta el respeto a quienes no piensan como él, bajo la
excusa de que el modo de pensar de sus contendientes pone en peligro la
cordialidad.
El dictador moderno es 100% democrático, siempre que las urnas no se
inclinen a favor de un partido al que él tilde de antidemócrata.
El dictador moderno no es
intolerante, simplemente, no tolera las ideologías que, para él, ponen en solfa
y entredicho su idea de tolerancia.
El dictador moderno no tiene ansias
de rebelión, busca la estabilidad con una retórica impermeable a las
desavenencias, que aplaca las discrepancias sin permitir que se filtren ni
tengan el más mínimo eco.
El dictador moderno nunca
insulta, ya que, cuando lo hace, entiende que se ha limitado a pronunciar
adjetivos y calificativos que describen cuán réprobo e indeseable es su
oponente, meras descripciones de una realidad palpable, tangible y objetiva.
El dictador moderno no se cree el
más inteligente, simple y llanamente, está convencido de que todo el que no
piense como él sufre carencias intelectivas.
El dictador moderno no es un cobarde en las
discusiones, siempre ataca en mayoría porque el pueblo, por inercia y escándalo,
se pone de su lado.
El dictador moderno gana siempre
los debates, ya que todos los argumentos de sus contrincantes son de fuentes
poco fiables, “fake”, como dicen ahora, y los expuestos por él, irrebatibles,
irrefutables, inequívocos, aunque los haya extraído de un blog.
El dictador moderno está convencido
de que su opinión se ha forjado en hondas cavilaciones, que es el fruto maduro
de horas de reflexión, cuando se limita a cacarear lo que dice la Uno, El País,
el Times, la CNN, la BBC y el establishment mundial en su conjunto.
El dictador moderno ensalza,
sublima y enaltece la impagable labor solidaria de la Iglesia Católica, para, a
reglón seguido, apoyar la eutanasia, los vientres de alquiler, la incorporación
de la ideología de género en las aulas, la expansión de los colectivos LGTBI,
el recrudecimiento del crimen del aborto y la derogación del Concordato con la
Santa Sede.
El dictador moderno no lleva el
pelo desgreñado, ni se enfunda en camisetas de adiposo cervecero. Es guapo,
adonis, de figura esbelta y con buena facha, se cuida y emperifolla por las
mañanas, hace “running” y come sano, rinde un idolátrico culto a la imagen en
pos de que sus perversas intenciones gocen de la mayor opacidad.
El dictador moderno viste chaqueta para conservar su etiqueta de élite social y se despoja de la corbata con el fin de parecer, a su vez, un hombre del pueblo.
El dictador moderno viste chaqueta para conservar su etiqueta de élite social y se despoja de la corbata con el fin de parecer, a su vez, un hombre del pueblo.
El dictador moderno no se
infiltra en las asociaciones, ni toma de manera brusca o violenta el poder de
las mismas, crea una atmósfera de presión sociológica para que éstas se
terminen rigiendo bajo sus parámetros.
El dictador moderno no apuñala,
te suministra una inyección de muerte placentera.
El dictador moderno no ataca de
frente, te torpedea por la tangente.
El dictador moderno no es un
desaprensivo que ejecuta acciones indecorosas, embauca y concita a otros para
que hagan el trabajo sucio.
El dictador moderno no muerde la
manzana, como Adán, sino que, al igual que Eva, te pincha y persuade para que
seas tú quien le aseste la dentellada.
El dictador moderno no es un
ángel exterminador, que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso, se
parece más a Satanás, a quien le gusta destruir de forma sibilina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario