Hay
una cosa que muy pocos conocen y que, hoy, he decidido hacer pública, con el
fin de mimetizarme y empatizar con y tender una mano amiga a aquellos que se encuentren
o se hayan encontrado en una situación parecida.
Mi
secreto guardado bajo llave es que, hace no muchos años, fui durante sacudido
por gigantescas dudas de Fe y que logré escapar de ese tormento por obra y
gracia de unas reflexiones filosóficas que no sólo me devolvieron la confianza
en el Altísimo, sino que la fortalecieron hasta límites que no conocen órbita. Éstas
son las siguientes:
1).
Si después de la muerte no hubiese nada, carecería de sentido buscar la
felicidad dando la vida heroicamente por alguien o por una causa justa, porque
ésta terminaría:
La
inmensa o aplastante mayoría de los creyentes, dubitativos, agnósticos, ateos,
confundidos, tibios y anticlericales coincidimos en una cosa: Ayudar al prójimo
y cumplir con el deber dentro de unos límites reporta una satisfacción que se
llama “felicidad”.
Por
tanto, dar la vida por alguien o morir por una causa justa carecería de
sentido, porque al no existir un más allá, este acto heroico dejaría de
reportarnos esa satisfacción llamada “felicidad”, ésta terminaría. Además, la
heroicidad pasaría a ser una condena y no una proeza digna de gloria.
Con
respecto a esta cuestión, me planteo dos preguntas: ¿Acaso no sería sumamente
peligroso que faltase gente dispuesta a ir a la tumba por otros porque le
dejase de ver el sentido a tan laudable gesto de audacia y bizarría? ¿No se
quedaría la humanidad terminalmente desprotegida y sumida en la intemperie?.
Juan
Manuel de Prada, uno de mis pensadores y escritores de cabecera, al que no me
cansaré de citar, escribió, hace unos años, un fabuloso artículo llamado Militares sin Patria, en el que recalcó
el profundo desaliento que deben sentir aquellos soldados descreídos que se
lanzan a morir en combate por causas terrenales y perecederas que no les
otorgan demasiada satisfacción, sin tener a Dios ni a su premio eterno como
horizonte de sus motivaciones.
La
cuestión de la felicidad después de la muerte es una de las líneas divisorias
que marca una de las poquísimas diferencias que hay entre el catolicismo y el
derecho natural.
2).
Nuestro cerebro no abarca ni una migaja del entero conocimiento de las cosas,
lo que hace evidente el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates, motivo en virtud
del cual es necesario que exista una inteligencia superior que lo ordene todo.
3).
Que la naturaleza sea menos inteligente que nosotros explica que ésta no puede
habernos creado y que por consiguiente, tiene que existir un creador y superior
que lo domine todo.
4).
El motor que nos mueve a actuar es pensar, algo inmaterial, que va más allá de
la biología y de la ciencia, lo que explica que tiene que haber un ente
superior a lo físico que haya creado lo intangible, aquello que no se puede ver
ni tocar.
5).
Las cosas más importantes, las que gozan de mayor valor, como, por ejemplo, el
amor y la amistad, son inmateriales. Este es el mensaje principal de El Principito, la gran obra literaria de
Antoine de Saint-Exúpery.
6).
La mayoría de las personas que entregan su vida enteramente a los demás, como
los misioneros, lo hacen por una motivación sobrenatural y por ende, religiosa.
7).
Una persona creyente y practicante, por lo general, soporta con mayor entereza
un momento crítico y un estado de miseria, porque su felicidad depende de su relación
con Dios y no de lo material, es decir, no de la situación de bonanza o de
crisis en la que se halle inmerso:
Un
testimonio verdaderamente impactante sobre este tema es del psiquiatra Viktor
Frankl en su obra El hombre en busca de
sentido.
Este
psiquiatra y neurólogo austriaco relata su experiencia en un campo de
concentración nazi. El mensaje principal de su libro, sobre lo que allí vivió,
es que mientras varios de sus compañeros vivían en una lógica e irreparable
amargura, con algunos de ellos que hasta se plantearon el suicidio, él supo no
dejar de ser feliz pese al doloroso castigo que estaba sufriendo, porque su
felicidad dependía de su relación con Dios y no de lo material, es decir, no de
la situación de bonanza o de crisis en la que se hallase inmerso.
8).
El catolicismo, a diferencia de otras creencias místicas, no es una religión
irracional, sino que predica llegar a Dios mediante la Fe y la razón:
Lo
hace con un uso de la racionalidad en armonía con la búsqueda de la verdad y en
avenencia con la Revelación Divina. No olvidemos que Santo Tomás y San Agustín
aceptaron como conciliables con el pensamiento cristiano muchas de las
enriquecedoras estructuras de pensamiento de los filósofos de la Grecia
clásica.
9). Las bajezas y fragilidades humanas relatadas en el Nuevo Testamento guardan una sorprendente y chocante relación con las flaquezas actuales, hasta el punto de que podría llegar a parecer un libro escrito en el presente:
9). Las bajezas y fragilidades humanas relatadas en el Nuevo Testamento guardan una sorprendente y chocante relación con las flaquezas actuales, hasta el punto de que podría llegar a parecer un libro escrito en el presente:
Si
hay conductas humanas que te cuesta y sorprende comprender, acude al Nuevo
Testamento.
Si
alguna vez te has topado con un católico que da imagen de tener una infinita e
inmaculada rectitud y luego, compruebas que no es tan bondadoso, pío y
trabajador como las apariencias mostraban, el Nuevo Testamento resuelve este
misterio con la figura de los fariseos.
Si
en alguna ocasión juzgaste con severidad a un borracho, vago, liante, a una
chica un poco suelta de cascos e incluso, a un laicista corrosivo, y de
repente, un día, te sorprenden positivamente con un gesto de una ternura,
comprensión, misericordia y ejemplaridad y Fe inusitadas, el Nuevo Testamento
resuelve este misterio con varias lecciones desconcertantes al mostrarte a un
Jesucristo que canoniza por primera vez en la historia a Dimas, el Buen Ladrón,
prometiéndole que se verían muy pronto en el Paraíso, o la conversión y
santidad de Longinos, el soldado que traspasó el costado de Cristo con una
lanza, o los casos de San Pablo (perseguidor de cristianos), Santa María
Magdalena (mujer de la que Jesús liberó siete demonios) y del hijo pródigo
(quien se marchó de casa, prodigó superfluamente sus bienes en vicios de baja
estofa y luego, volvió a su hogar y fue perdonado por su padre de ipso facto).
Hay
una frase de Oscar Wilde que refleja con cristalina claridad esta iniquidad
camuflada del domperfecto fariseo y la bondad encubierta del infame pecador.
Dice así: “Yo ya no creo que se pueda dividir a la gente en buena y mala, como
si fueran dos especies o criaturas distintas. Una mujer buena puede esconder
cosas terribles, insensatos arranques de temeridad, de afirmación personal, de
celos, de pecado. Una mujer de mala vida, como se las llama, puede encerrar
penas, arrepentimiento, piedad, sacrificio”.
Si
te sorprende ver cómo un hombre justo se vende al poder político establecido o
le faltan agallas para oponerse con denuedo a la mayoría social, el Nuevo
Testamento resuelve este misterio con la pusilanimidad de Poncio Pilato para
plantarse ante la voluntad encolerizada de la muchedumbre, ejercer su autoridad
y liberar a Cristo de la condena de la Cruz al margen de lo que aullase
semejante jauría de insensatos.
Juan
Manuel de Prada, a quien no me cansaré de citar, en su espectacular obra Dinero, demogresca y otros podemonios,
relata, con profunda minuciosidad, una concatenación de sucesos alumbrados en
el Nuevo Testamento que denuncian un fenómeno social al que estamos
sobradamente acostumbrados en el presente. Se trata del desarrollo del patético
proceso judicial por el que Cristo fue condenado, donde los poderes aparcaron
su riguroso, prestigioso, avanzado e impecable sistema jurídico en la cuneta y
se fueron saltando las leyes a su antojo para crucificar al Hijo de Dios Padre,
algo muy parecido a lo que vemos, día tras día, en las democracias occidentales
(mucho estado de derecho y profesionalidad legalista, pero nos saltamos las
normas cuando la mayoría social está de nuestro lado).
El
excelso escritor y pensador Juan Manuel de Prada cuenta este escándalo en los
siguientes términos: “El Sanedrín se reunió en el tiempo pascual, cosa que le
estaba vedada; Los testimonios contra Jesús fueron falsos y contradictorios; No
hubo testigos de descargo, ni se permitió que el reo dispusiera de defensor; La
sentencia del Sanedrín no fue precedida de la preceptiva votación; Se
celebraron dos sesiones en el mismo día, sin la interrupción legal establecida
entre la audición y la sentencia; El sentenciado fue después enviado a la
autoridad romana, que el Sanedrín no reconocía como legítima y que, además (como
el propio Pilatos observa), no tenía jurisdicción sobre delitos religiosos; El
delito de conspiración contra el César, que los miembros del Sanedrín
promovieron después, no estaba penado con la crucifixión, a menos que hubiese
mediado sedición armada, cosa que manifiestamente no hizo Jesús; Y, en fin,
dejando aparte otras irregularidades, el procurador romano mandó a la muerte al
reo sin pronunciar la sentencia oficial, cosa que un juez no puede hacer, pues
es tanto como abdicar en su oficio”.
10).
Jesucristo es una figura reconocida y alabada por los católicos, por las
diferentes iglesias protestantes y por los musulmanes a través del Corán:
Es
adorado por las grandes religiones a excepción del judaísmo, que pese a ello, sus
fieles siguen esperando la llegada a la Tierra del Mesías.
11).
El Corán reconoce a Jesucristo como un profeta y le da un tratamiento que se
puede considerar superior al de Mahoma en muchas ocasiones:
Mario
Josep, antiguo imán musulmán en la India, explica, en su libro Encontré a Cristo en el Corán, que se
convirtió al catolicismo por el tratamiento privilegiado que el libro sagrado
islámico confería a Jesucristo.
Este
converso subraya que Mahoma aparece en el Corán nada más que cuatro veces, bajo
las denominaciones “Ahmed” y “Mohammed”. Mientras tanto, Jesucristo es nombrado
con cuatro títulos poderosos, que son “Kalimathullahi”
(Palabra de Dios), “Ruhullahi”
(Espíritu de Dios), “Isá al-Masih” (Jesús el
Mesías) y “Ibnu Mariam”
(Hijo de María).
El
teólogo y apologeta evangélico Norman L. Geisler compara el trato que el Corán
le tributa a Jesucristo y a Mahoma en varios de sus pasajes.
Explica
Geisler que el Corán reconoce que Jesucristo nació de una mujer virgen,
pero que Mahoma, no, cuyos padres, según recoge la tradición islámica,
fueron Abdulá y Amina.
También,
recuerda que el Corán enseña que Jesucristo jamás pecó y Mahoma, sí; Que
Jesucristo hacía milagros y Mahoma, no; Que Jesucristo es llamado “Mesías” (es
decir, “el Ungido”) y “Palabra de Dios”, y Mahoma, no; Que Jesucristo fue
ascendido al Cielo con su cuerpo, mientras de Mahoma, no dice nada al respecto.
12).
Jesucristo es, 2.000 años después de su muerte, el personaje más popular,
adorado y atacado de la historia de la humanidad.
13).
Muchísima gente hostil a la Iglesia Católica tiene veneración por Jesucristo y
por el Papa, y tratan de reinterpretar y tergiversar su mensaje para quedarse
tranquilos. Varios de los anticlericales más emblemáticos de la historia, al final de
sus vidas, se arrepintieron:
¿Acaso
no fortalece tu Fe en Dios el hecho de que hasta los enemigos de la Santa
Institución sientan la necesidad de trastocar el mensaje de Cristo y las
palabras de Francisco para autojustificarse y de este modo, acallar el
estrépito de culpa que ruge en sus conciencias?.
Personalidades
como Napoleón Bonaparte, quien arrestó al Papa, confiscó innumerables bienes a
la Iglesia Católica, prohibió varias de sus fiestas y pasó a cuchillo a cientos
de sacerdotes y fieles, se convirtió al final de sus días, tal y como muestran
algunos de sus escritos de cuando estaba recluido en la Isla de Santa Elena,
donde llegó a pedir a los ingleses que, al menos, le concediesen el favor de
que se celebrase misa los domingos, para poder asistir.
Otros
anticlericales que se arrepintieron en el ocaso o fase declinante de sus vidas
fueron Dolores Ibárruri (La Pasionaria), Voltaire y se albergan dudas de si
Santiago Carrillo se dejó acunar, también, en los brazos del perdón divino.
Si
nos remontamos varios siglos atrás, San Agustín y San Pablo son dos ejemplos
dignos de mención y análisis.
14).
Muchas de las personas que más daño han hecho al cristianismo se arrepintieron:
Un
caso de persona que ha hecho un irreparable daño al cristianismo en el mundo y
que después, consternada, se arrepintió de la grieta generada y se convirtió al
catolicismo es Norma McCorvey, mujer que se inventó que había sido violada para
presentar ante la opinión pública norteamericana un caso que abdujese u
obnubilase a la sociedad mediante el sentimentalismo barato y de este modo, se
terminase aceptando el aborto en Estado Unidos.
Su
caso motivó que la Corte Suprema aprobase este genocidio a través de la
sentencia Roe Vs. Wade de 1973, siendo “Roe” el seudónimo que adoptó la
culpable, posteriormente, arrepentida, bautizada y enérgica defensora de la
causa provida.
15).
Comunistas como Friedrich Engels, los teólogos de la liberación, Fidel Castro y
Hugo Chávez, revolucionarios como Simón Bolívar e izquierdistas como los
clérigos sillonistas de la Francia revolucionaria, entre muchísimos otros de
parecido pelaje, reinterpretaron el cristianismo a su antojo para adaptarlo a
su modo de pensar:
Dejo un texto de Engels, extraído de
su escrito Sobre los orígenes del
cristianismo, en el que pretende establecer puntos de conexión entre la
mentalidad de los primeros cristianos y el socialismo.
El fragmento dice así: “La historia del cristianismo primitivo ofrece curiosos puntos de contacto con el movimiento obrero moderno. Como éste, el cristianismo era en su origen el movimiento de los oprimidos: apareció primero como la religión de los esclavos y los libertos, de los pobres y los hombres privados de derechos, de los pueblos sometidos o dispersados por Roma.
El fragmento dice así: “La historia del cristianismo primitivo ofrece curiosos puntos de contacto con el movimiento obrero moderno. Como éste, el cristianismo era en su origen el movimiento de los oprimidos: apareció primero como la religión de los esclavos y los libertos, de los pobres y los hombres privados de derechos, de los pueblos sometidos o dispersados por Roma.
Ambos, el cristianismo y el
socialismo obrero predican una próxima liberación de la servidumbre y la
miseria; el cristianismo traslada esta liberación al más allá, a una vida
después de la muerte, en el cielo; el socialismo la sitúa en este mundo, en una
transformación de la sociedad. Ambos son perseguidos y acosados, sus seguidores
son proscritos y sometidos a leyes de excepción, unos como enemigos del género
humano, los otros como enemigos del gobierno, la religión, la familia, el orden
social. Y a pesar de todas las persecuciones e incluso directamente favorecidos
por ellas, uno y otro se abren camino victoriosa, irresistiblemente. Tres
siglos después de su aparición, el cristianismo es reconocido como la religión
de Estado del Imperio romano: en menos de sesenta años, el socialismo ha
conquistado una posición tal que su triunfo definitivo está absolutamente
asegurado…”.
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