martes, 11 de julio de 2017

15 reflexiones muy convincentes para creer en Dios



Hay una cosa que muy pocos conocen y que, hoy, he decidido hacer pública, con el fin de mimetizarme y empatizar con y tender una mano amiga a aquellos que se encuentren o se hayan encontrado en una situación parecida.

Mi secreto guardado bajo llave es que, hace no muchos años, fui durante sacudido por gigantescas dudas de Fe y que logré escapar de ese tormento por obra y gracia de unas reflexiones filosóficas que no sólo me devolvieron la confianza en el Altísimo, sino que la fortalecieron hasta límites que no conocen órbita. Éstas son las siguientes:

1). Si después de la muerte no hubiese nada, carecería de sentido buscar la felicidad dando la vida heroicamente por alguien o por una causa justa, porque ésta terminaría:

La inmensa o aplastante mayoría de los creyentes, dubitativos, agnósticos, ateos, confundidos, tibios y anticlericales coincidimos en una cosa: Ayudar al prójimo y cumplir con el deber dentro de unos límites reporta una satisfacción que se llama “felicidad”.

Por tanto, dar la vida por alguien o morir por una causa justa carecería de sentido, porque al no existir un más allá, este acto heroico dejaría de reportarnos esa satisfacción llamada “felicidad”, ésta terminaría. Además, la heroicidad pasaría a ser una condena y no una proeza digna de gloria. 

Con respecto a esta cuestión, me planteo dos preguntas: ¿Acaso no sería sumamente peligroso que faltase gente dispuesta a ir a la tumba por otros porque le dejase de ver el sentido a tan laudable gesto de audacia y bizarría? ¿No se quedaría la humanidad terminalmente desprotegida y sumida en la intemperie?.

Juan Manuel de Prada, uno de mis pensadores y escritores de cabecera, al que no me cansaré de citar, escribió, hace unos años, un fabuloso artículo llamado Militares sin Patria, en el que recalcó el profundo desaliento que deben sentir aquellos soldados descreídos que se lanzan a morir en combate por causas terrenales y perecederas que no les otorgan demasiada satisfacción, sin tener a Dios ni a su premio eterno como horizonte de sus motivaciones. 

La cuestión de la felicidad después de la muerte es una de las líneas divisorias que marca una de las poquísimas diferencias que hay entre el catolicismo y el derecho natural.

2). Nuestro cerebro no abarca ni una migaja del entero conocimiento de las cosas, lo que hace evidente el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates, motivo en virtud del cual es necesario que exista una inteligencia superior que lo ordene todo.

3). Que la naturaleza sea menos inteligente que nosotros explica que ésta no puede habernos creado y que por consiguiente, tiene que existir un creador y superior que lo domine todo.

4). El motor que nos mueve a actuar es pensar, algo inmaterial, que va más allá de la biología y de la ciencia, lo que explica que tiene que haber un ente superior a lo físico que haya creado lo intangible, aquello que no se puede ver ni tocar. 

5). Las cosas más importantes, las que gozan de mayor valor, como, por ejemplo, el amor y la amistad, son inmateriales. Este es el mensaje principal de El Principito, la gran obra literaria de Antoine de Saint-Exúpery. 

6). La mayoría de las personas que entregan su vida enteramente a los demás, como los misioneros, lo hacen por una motivación sobrenatural y por ende, religiosa.

7). Una persona creyente y practicante, por lo general, soporta con mayor entereza un momento crítico y un estado de miseria, porque su felicidad depende de su relación con Dios y no de lo material, es decir, no de la situación de bonanza o de crisis en la que se halle inmerso:


Un testimonio verdaderamente impactante sobre este tema es del psiquiatra Viktor Frankl en su obra El hombre en busca de sentido



Este psiquiatra y neurólogo austriaco relata su experiencia en un campo de concentración nazi. El mensaje principal de su libro, sobre lo que allí vivió, es que mientras varios de sus compañeros vivían en una lógica e irreparable amargura, con algunos de ellos que hasta se plantearon el suicidio, él supo no dejar de ser feliz pese al doloroso castigo que estaba sufriendo, porque su felicidad dependía de su relación con Dios y no de lo material, es decir, no de la situación de bonanza o de crisis en la que se hallase inmerso.


8). El catolicismo, a diferencia de otras creencias místicas, no es una religión irracional, sino que predica llegar a Dios mediante la Fe y la razón:

Lo hace con un uso de la racionalidad en armonía con la búsqueda de la verdad y en avenencia con la Revelación Divina. No olvidemos que Santo Tomás y San Agustín aceptaron como conciliables con el pensamiento cristiano muchas de las enriquecedoras estructuras de pensamiento de los filósofos de la Grecia clásica. 

9). Las bajezas y fragilidades humanas relatadas en el Nuevo Testamento guardan una sorprendente y chocante relación con las flaquezas actuales, hasta el punto de que podría llegar a parecer un libro escrito en el presente:

Si hay conductas humanas que te cuesta y sorprende comprender, acude al Nuevo Testamento.

Si alguna vez te has topado con un católico que da imagen de tener una infinita e inmaculada rectitud y luego, compruebas que no es tan bondadoso, pío y trabajador como las apariencias mostraban, el Nuevo Testamento resuelve este misterio con la figura de los fariseos. 

Si en alguna ocasión juzgaste con severidad a un borracho, vago, liante, a una chica un poco suelta de cascos e incluso, a un laicista corrosivo, y de repente, un día, te sorprenden positivamente con un gesto de una ternura, comprensión, misericordia y ejemplaridad y Fe inusitadas, el Nuevo Testamento resuelve este misterio con varias lecciones desconcertantes al mostrarte a un Jesucristo que canoniza por primera vez en la historia a Dimas, el Buen Ladrón, prometiéndole que se verían muy pronto en el Paraíso, o la conversión y santidad de Longinos, el soldado que traspasó el costado de Cristo con una lanza, o los casos de San Pablo (perseguidor de cristianos), Santa María Magdalena (mujer de la que Jesús liberó siete demonios) y del hijo pródigo (quien se marchó de casa, prodigó superfluamente sus bienes en vicios de baja estofa y luego, volvió a su hogar y fue perdonado por su padre de ipso facto). 

Hay una frase de Oscar Wilde que refleja con cristalina claridad esta iniquidad camuflada del domperfecto fariseo y la bondad encubierta del infame pecador. Dice así: “Yo ya no creo que se pueda dividir a la gente en buena y mala, como si fueran dos especies o criaturas distintas. Una mujer buena puede esconder cosas terribles, insensatos arranques de temeridad, de afirmación personal, de celos, de pecado. Una mujer de mala vida, como se las llama, puede encerrar penas, arrepentimiento, piedad, sacrificio”.     

Si te sorprende ver cómo un hombre justo se vende al poder político establecido o le faltan agallas para oponerse con denuedo a la mayoría social, el Nuevo Testamento resuelve este misterio con la pusilanimidad de Poncio Pilato para plantarse ante la voluntad encolerizada de la muchedumbre, ejercer su autoridad y liberar a Cristo de la condena de la Cruz al margen de lo que aullase semejante jauría de insensatos. 

Juan Manuel de Prada, a quien no me cansaré de citar, en su espectacular obra Dinero, demogresca y otros podemonios, relata, con profunda minuciosidad, una concatenación de sucesos alumbrados en el Nuevo Testamento que denuncian un fenómeno social al que estamos sobradamente acostumbrados en el presente. Se trata del desarrollo del patético proceso judicial por el que Cristo fue condenado, donde los poderes aparcaron su riguroso, prestigioso, avanzado e impecable sistema jurídico en la cuneta y se fueron saltando las leyes a su antojo para crucificar al Hijo de Dios Padre, algo muy parecido a lo que vemos, día tras día, en las democracias occidentales (mucho estado de derecho y profesionalidad legalista, pero nos saltamos las normas cuando la mayoría social está de nuestro lado).

El excelso escritor y pensador Juan Manuel de Prada cuenta este escándalo en los siguientes términos: “El Sanedrín se reunió en el tiempo pascual, cosa que le estaba vedada; Los testimonios contra Jesús fueron falsos y contradictorios; No hubo testigos de descargo, ni se permitió que el reo dispusiera de defensor; La sentencia del Sanedrín no fue precedida de la preceptiva votación; Se celebraron dos sesiones en el mismo día, sin la interrupción legal establecida entre la audición y la sentencia; El sentenciado fue después enviado a la autoridad romana, que el Sanedrín no reconocía como legítima y que, además (como el propio Pilatos observa), no tenía jurisdicción sobre delitos religiosos; El delito de conspiración contra el César, que los miembros del Sanedrín promovieron después, no estaba penado con la crucifixión, a menos que hubiese mediado sedición armada, cosa que manifiestamente no hizo Jesús; Y, en fin, dejando aparte otras irregularidades, el procurador romano mandó a la muerte al reo sin pronunciar la sentencia oficial, cosa que un juez no puede hacer, pues es tanto como abdicar en su oficio”. 

10). Jesucristo es una figura reconocida y alabada por los católicos, por las diferentes iglesias protestantes y por los musulmanes a través del Corán: 

Es adorado por las grandes religiones a excepción del judaísmo, que pese a ello, sus fieles siguen esperando la llegada a la Tierra del Mesías.

11). El Corán reconoce a Jesucristo como un profeta y le da un tratamiento que se puede considerar superior al de Mahoma en muchas ocasiones:

Mario Josep, antiguo imán musulmán en la India, explica, en su libro Encontré a Cristo en el Corán, que se convirtió al catolicismo por el tratamiento privilegiado que el libro sagrado islámico confería a Jesucristo. 

Este converso subraya que Mahoma aparece en el Corán nada más que cuatro veces, bajo las denominaciones “Ahmed” y “Mohammed”. Mientras tanto, Jesucristo es nombrado con cuatro títulos poderosos, que sonKalimathullahi” (Palabra de Dios), Ruhullahi” (Espíritu de Dios), “Isá al-Masih” (Jesús el Mesías) y Ibnu Mariam” (Hijo de María). 

El teólogo y apologeta evangélico Norman L. Geisler compara el trato que el Corán le tributa a Jesucristo y a Mahoma en varios de sus pasajes. 

Explica Geisler que el Corán reconoce que Jesucristo nació de una mujer virgen, pero que Mahoma, no, cuyos padres, según recoge la tradición islámica, fueron Abdulá y Amina. 

También, recuerda que el Corán enseña que Jesucristo jamás pecó y Mahoma, sí; Que Jesucristo hacía milagros y Mahoma, no; Que Jesucristo es llamado “Mesías” (es decir, “el Ungido”) y “Palabra de Dios”, y Mahoma, no; Que Jesucristo fue ascendido al Cielo con su cuerpo, mientras de Mahoma, no dice nada al respecto.  

12). Jesucristo es, 2.000 años después de su muerte, el personaje más popular, adorado y atacado de la historia de la humanidad. 

13). Muchísima gente hostil a la Iglesia Católica tiene veneración por Jesucristo y por el Papa, y tratan de reinterpretar y tergiversar su mensaje para quedarse tranquilos. Varios de los anticlericales más emblemáticos de la historia, al final de sus vidas, se arrepintieron:

¿Acaso no fortalece tu Fe en Dios el hecho de que hasta los enemigos de la Santa Institución sientan la necesidad de trastocar el mensaje de Cristo y las palabras de Francisco para autojustificarse y de este modo, acallar el estrépito de culpa que ruge en sus conciencias?.

Personalidades como Napoleón Bonaparte, quien arrestó al Papa, confiscó innumerables bienes a la Iglesia Católica, prohibió varias de sus fiestas y pasó a cuchillo a cientos de sacerdotes y fieles, se convirtió al final de sus días, tal y como muestran algunos de sus escritos de cuando estaba recluido en la Isla de Santa Elena, donde llegó a pedir a los ingleses que, al menos, le concediesen el favor de que se celebrase misa los domingos, para poder asistir.

Otros anticlericales que se arrepintieron en el ocaso o fase declinante de sus vidas fueron Dolores Ibárruri (La Pasionaria), Voltaire y se albergan dudas de si Santiago Carrillo se dejó acunar, también, en los brazos del perdón divino.

Si nos remontamos varios siglos atrás, San Agustín y San Pablo son dos ejemplos dignos de mención y análisis.  

14). Muchas de las personas que más daño han hecho al cristianismo se arrepintieron:

Un caso de persona que ha hecho un irreparable daño al cristianismo en el mundo y que después, consternada, se arrepintió de la grieta generada y se convirtió al catolicismo es Norma McCorvey, mujer que se inventó que había sido violada para presentar ante la opinión pública norteamericana un caso que abdujese u obnubilase a la sociedad mediante el sentimentalismo barato y de este modo, se terminase aceptando el aborto en Estado Unidos. 

Su caso motivó que la Corte Suprema aprobase este genocidio a través de la sentencia Roe Vs. Wade de 1973, siendo “Roe” el seudónimo que adoptó la culpable, posteriormente, arrepentida, bautizada y enérgica defensora de la causa provida. 

15). Comunistas como Friedrich Engels, los teólogos de la liberación, Fidel Castro y Hugo Chávez, revolucionarios como Simón Bolívar e izquierdistas como los clérigos sillonistas de la Francia revolucionaria, entre muchísimos otros de parecido pelaje, reinterpretaron el cristianismo a su antojo para adaptarlo a su modo de pensar: 

Dejo un texto de Engels, extraído de su escrito Sobre los orígenes del cristianismo, en el que pretende establecer puntos de conexión entre la mentalidad de los primeros cristianos y el socialismo.

El fragmento dice así: “La historia del cristianismo primitivo ofrece curiosos puntos de contacto con el movimiento obrero moderno. Como éste, el cristianismo era en su origen el movimiento de los oprimidos: apareció primero como la religión de los esclavos y los libertos, de los pobres y los hombres privados de derechos, de los pueblos sometidos o dispersados por Roma.

Ambos, el cristianismo y el socialismo obrero predican una próxima liberación de la servidumbre y la miseria; el cristianismo traslada esta liberación al más allá, a una vida después de la muerte, en el cielo; el socialismo la sitúa en este mundo, en una transformación de la sociedad. Ambos son perseguidos y acosados, sus seguidores son proscritos y sometidos a leyes de excepción, unos como enemigos del género humano, los otros como enemigos del gobierno, la religión, la familia, el orden social. Y a pesar de todas las persecuciones e incluso directamente favorecidos por ellas, uno y otro se abren camino victoriosa, irresistiblemente. Tres siglos después de su aparición, el cristianismo es reconocido como la religión de Estado del Imperio romano: en menos de sesenta años, el socialismo ha conquistado una posición tal que su triunfo definitivo está absolutamente asegurado…”.

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